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En un rincón olvidado

Una de las parroquias más hermosas y desconocidas del concejo de Gijón es la de Valdornón, localizada en la parte más suroccidental del concejo, en el límite con el municipio de Siero. La cabecera parroquial, Santolaya, se extiende sobre una zona topográficamente favorable en el declive del cordal de Valdornón, en una suerte de escalón que antecede al fondo del valle dibujado por la traza del río Meredal. El núcleo está formado por un conjunto de antiguas quintanas con sus hórreos y paneras que perecen buscar cobijo de manera conjunta  arracimándose como niños que se reúnen al calor de la lumbre para calentarse. De entre las seculares arquitecturas tradicionales que dan entidad a Santolaya destaca sobre el resto la antigua casa rectoral, fechada en 1740, y hoy en proceso de recuperación tras décadas languideciendo en el olvido.Tras admirar las tallas de algunos de los hórreos y pasar de largo para no advertir el maltrato y la decadencia de algunos otros, las miradas de quienes se acercan a Santolaya siempre terminan confluyendo en la iglesia parroquial. Una arquitectura sencilla, con la traza propia de los templos de tipo rural asturiano de nave única, cabecera cuadrada, bóveda de crucería y pórtico abierto hacia el sur y el oeste, pero que, como si de un faro apagado se tratase, con su sola presencia reclama la atención. Quizás sea por su inusual aspecto exterior, en el que el tradicional revoco encalado aparece roto por incisiones de piedra vista que afean su rostro como el de un niño recién salido de una varicela, una varicela pétrea que perece querer recordar su convalecencia posbélica, pues la fábrica románica original (S. XII) fue destruida casi por completo en 1936, en esa epidemia incendiaria que asoló las iglesias del concejo tras el inicio de la guerra civil, con la que unos pocos autoproclamados revolucionarios buscaron redimir con el incendio de las sagradas piedras los pecados de los hombres y de las ideologías. O quizás, por la inquietante y majestuosa presencia del ancestral tejo que, como un fiel sacristán, guarda la entrada sur del templo, o, quizás, por la extraña figura antropomorfa incrustada en la fachada lateral oriental que parece controlar desde su privilegiada atalaya a quienes se acercan a la iglesia, y a la que algunos autores como Cortina Frade y Fernández Ochoa atribuyen un origen romano, mientras que otros como Monge Calleja la sitúan en época prerrománica. Todo ello hace que la parroquial esté envuelta en un halo inusualmente enigmático que parece contradecir la sencillez de su fábrica.

Como documentó Isidoro Cortina Frade, la iglesia fue reconstruida entre 1956 y 1958, según el programa de los arquitectos Miguel Ángel y Francisco Javier García Lomas, quienes respetaron la estructura original, con el añadido de una torre campanario rematado con espadaña que se adosó al baptisterio y dos sacristías a ambos lados del presbiterio. En el interior se conservó el elemento románico más destacado del templo, un arco de triunfo de doble vuelta que descansa sobre una imposta ajedrezada y capiteles decorados con temas vegetales y animales. Para la resurrección del templo fue imprescindible el trabajo mancomunado de los vecinos, quienes bajo la dirección del párroco, no escatimaron esfuerzos y peculio para levantar de nuevo su iglesia.
Con todo, quizás el principal atractivo de la iglesia de Santolaya de Valdornón, de este rincón olvidado, radique en la belleza de su emplazamiento, en la forma silente y serena en la que dialoga con el entorno, asomada al curso del río Meredal y con la mirada puesta al poniente, al barrio de Quintana, como la madre que se asegura que su hijo está siempre a su alcance.

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