Archivos para 3 febrero 2017

Volver

Luis Fernández Roces escribió que vivir es volver. Volver para recordar, para sentir, para descubrir, para conocer, porque como certeramente señalaba Claudio Magris, lo conocido y lo familiar, continuamente redescubiertos y enriquecidos, son la premisa de la seducción, de la aventura. Para el escritor italiano, el viaje más fascinante es un regreso, y los lugares conocidos, los caminos transitados una y mil veces, un desafío para la imaginación. Las reflexiones de Magris quedan convenientemente anotadas en mi cuaderno y me vienen a la mente mientras deambulo sin prisa por la avenida de Gaspar García Laviana, en el barrio de Pumarín. El barrio de mi niñez, pese a las operaciones de cosmética operadas en el mismo en los últimos años, sigue manteniendo un inconfundible aire de campo de Agramante, de territorio urbanísticamente confuso, contradictorio, pero deliciosamente sugerente. Veo al barrio como una melena alborotada por el viento que una mano dulce se esfuerza por peinar sin llegar a conseguirlo.

Frente a mis ojos se yerguen, como titanes de leyenda, las torres de las 1.500 viviendas de Pumarín, la gran promoción de vivienda pública que, a comienzos de los años sesenta del pasado siglo XX, estiró hacia el sur las costuras de la ciudad de Gijón, pintándola con los colores de la modernidad urbanística, gracias a las pinceladas, sabias y precisas, del arquitecto José Avelino Díaz y Fernández Omaña y sus colaboradores. El diseño arquitectónico basado en la armónica combinación de bloques apaisados de escasa altura y de altas torres en forma de estrella, el reparto de viales y zonas verdes, la dotación de equipamientos básicos para la vida de esta verdadera ciudad satélite, siguen produciendo la admiración en cualquier paseante con los ojos y los sentidos abiertos. Los edificios, como las personas que viven en ellos desde que se construyeron, desde que las viviendas fueron adjudicadas en sorteo público en una de las zonas verdes de la barriada, acusan el paso del tiempo, pero la presencia de la torre de los veinte pisos, el rascacielos de los modestos y proletarios vecinos del sur, desde cuyo cielo Gijón parece otro, reconforta y mantiene viva la llama de la modernidad en este populoso barrio. No me dejo intimidar por la fealdad mimética de las viviendas del grupo Carsa, ni por las voces en lengua extraña que escucho desde algunas ventanas, y deambulo por sus verdes y ajardinados pasillos interiores buscando las voces del pasado, las risas y las carreras de los niños que vuelven en tropel del colegio. Vivir es volver, desandar el camino, sorprenderse ante lo conocido, arriesgarse a ver el paisaje cotidiano con los ojos de quien lo percibe por primera vez.

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