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De kioscos y otras arquitecturas efímeras

Hace unos días, paseando por la plaza de San Miguel de Gijón, uno de los rincones más entrañables y hermosos de la ciudad, (quizás porque apenas se ha alterado su morfología desde el tramo final del siglo XIX), me percaté que algo en su entorno había cambiado. En un primer momento pensé que podía tratarse de los perniciosos efectos del cambio de estación que había desnudado de sus cálidos ropajes a los entumecidos tilos, que en su doble alineación marcan el eje mayor de la plaza, y a los viejos y cansados castaños de indias, que la diseccionan en sentido norte-sur. A pesar de la hermosa estampa de ver los árboles desarmados, con los brazos izados al cielo como huestes capturadas por el enemigo, el cambio no radicaba aquí, era algo más sutil, pero no menos inquietante. El hermoso kiosco de trazas racionalistas que desde 1946 vigilaba el devenir de la plaza desde su discreta retaguardia, había cerrado.

Habrá quien piense que esta sencilla construcción proyectada por el arquitecto gijonés Manuel García Rodríguez para sustituir a una anterior derribada con motivo de las obras de urbanización y saneamiento de la plaza  en 1946, era casi una arquitectura efímera, y que no tenía más mérito que el de su misma existencia. Quienes así piensen se equivocan. Se trata, dentro de su modesta fábrica, de una arquitectura única en la ciudad, de la que ya no quedan otros ejemplos (si exceptuamos el kiosco de Los Campos, construido en 1950 con diseño de Juan Manuel del Busto y también de aspecto muy moderno) por lo que tiene el valor patrimonial añadido del superviviente. La particularidad de su diseño, de influjo racionalista, en cierto sentido, da continuidad a otro templo del racionalismo gijonés que flanquea la plaza desde su privilegiado asiento en el encuentro de las calles Menéndez Valdés y Capua, obra igualmente de García Rodríguez y de Joaquín Ortiz. A los valores arquitectónicos habría que añadir el papel del kiosco en la ornamentación de este espacio tan simbólico, pieza de engarce entre la ciudad histórica y el ensanche del Arenal, y el sentimental, puesto que el kiosco era el aliento vital de la propia plazuela. Su cierre produce desazón porque la falta de uso suele conllevar el deterioro físico y abocar lentamente a la ruina. El hecho de que esté incluido en el Catálogo Urbanístico de la ciudad (con protección ambiental) no es garante, de su supervivencia, pues otros edificios emblemáticos de la ciudad dotados de mayor protección se han perdido o han visto desvirtuados  sus valores, que es otra forma de ruina no menos dolorosa.

De otro modo, el Kiosco de la plazuela de San Miguel, por la calidad de su diseño, era continuador de una larga tradición que en Gijón que se remonta a los primeros años del pasado siglo XX. La mano del arquitecto municipal Miguel García de la Cruz fue una de las más diestras y prolíficas en la realización de este tipo de proyectos, entre los que se podían incluir, no sólo instalaciones específicas para la venta de prensa, refrescos y golosinas, sino también los urinarios públicos, algunos de ellos, como el que diseñó en 1912 para los jardines de Begoña (emplazado hasta la década de 1960 en la intersección de la calle San Bernardo con Anselmo Cifuentes), que por su esmerado diseño de estética modernista y la rica combinación de los materiales empleados (piedra caliza en los zócalos, madera en la estructura, ladrillo en los entrepaños, chapa de zinc en la cubierta, etc) hacían de él una auténtica obra maestra. Como documentó Héctor Blanco, Miguel García de la Cruz también firmó kioscos más modestos (pero no exentos de interés) para distintos espacios públicos como el paseo de Begoña (1906), la plaza del Seis de Agosto (1914), o Los Campinos de Begoña (1927), todos ellos encargos de particulares, y ya desaparecidos.

En la década de los treinta y cuarenta del siglo pasado, estos tipos de construcciones abandonaron las referencias modernistas y eclécticas para acercarse a una estética más racionalista, como es el caso del radicado en la plaza de San Miguel o el ya desaparecido del paseo de Begoña, que estaba emplazado en las proximidades de la carretera de la Costa. A partir de la década de 1960, el diseño de estas populares construcciones sometidas a concesión municipal, se empobreció notablemente al imponerse el modelo de quiosco desmontable de chapa de aluminio diseñado por el entonces arquitecto municipal Enrique Álvarez Sala, modelo del que sólo se conserva un ejemplar en uso emplazado en los Jardines de la Reina.

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