Archivos para 26 septiembre 2014

Alzado del suelo. Asturias en un tuit

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El poeta Hilario Barrero dijo de él que era una cárcel para el viento, la Capilla Sixtina del silencio. Lo miro y veo los restos de un naufragio en ese mar del olvido que es Asturias.

 

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Lección de geografía

La tarde, aunque calurosa, anunciaba ya el fin del verano. Los últimos rayos de sol que se colaban furtivos por el ventanal del salón apenas si delataban las motas de polvo que cubrían la piel de los muebles. En la calle, un viento impertinente y sofocante del sur jugaba con las copas de los árboles, que ya comenzaban a mostrar su vistoso ropaje otoñal. La pesadez vespertina se había apoderado de mí y me sentía inquieto, desasosegado. Me acerqué a la biblioteca y comencé a buscar al azar algo que leer. Me gusta pasear entre mis libros como el viajero que deambula sin rumbo por las calles de una ciudad esperando que ésta, al doblar una esquina, le muestre alguno de sus más recónditos secretos. Me gusta jugar con mis libros, abrirlos, olerlos, darles mordisquitos para recordar el sabor que me dejó su lectura. Después de largo rato, el juego llevó a mis manos Cadaqués, de Josep Pla, un libro hermoso, de lectura amena, que tengo en mucha estima, no tanto por la calidad de la edición, pues se trata de una reedición barata de bolsillo, sino por la forma en que llegó a mis manos y, sobre todo, por la honda impresión que me causó su primera lectura cuando aún era un joven y entusiasta estudiante de geografía que creía que la literatura era un camino tan bueno como cualquier otro para acercarse a la geografía.

Del afamado escritor catalán Josep Pla se han dicho muchas cosas en relación a su forma de sentir y describir el paisaje, particularmente el de su tierra natal ampurdanesa. Para algunos, Pla es simplemente un escritor paisajista al que se le daban muy bien las guías de viaje, como si ambas realidades fuesen un demérito. En cambio para otros muchos, entre los que me encuentro, Pla es un escritor elegante, irónico y dotado de una extraordinaria sensibilidad que permite que el lector viva y sienta en primera persona el paisaje, la realidad geográfica que se describe. Un paisaje, que como apuntaron los geógrafos Valeria Paül y Joan Tort, que estudiaron desde la óptica geográfica su obra, no es neutro, sino resultado de una elaboración cultural, es decir, un paisaje con atributos y contenidos específicos que pueden ser analizados en clave de identidad colectiva y memoria histórica: “son estas comarcas de características tan acusadas, mantenidas por el aislamiento, las que tienen el poder misterioso de crear los vínculos de ternura más honda entre los que han nacido en ellas y la tierra y el mar”. Eduardo Martínez de Pisón, el eminente maestro de geógrafos, decía en uno de sus escritos que en el paisaje se podía leer la historia, y que era posible una identificación no sólo espiritual sino social con él. En el libro Cadaqués, esa lectura de la historia a través del paisaje es una constante: “en la época de las viñas (antes de la filoxera), el jardín de piedras de Cadaqués debía tener un aspecto más alegre. Ahora, el olivo le ha dado un tono grave, pensativo, de una prodigiosa y secreta elegancia”.

Me dejo llevar por Pla y rememoro con nostalgia aquella luz que envolvía Cadaqués en un lejano mes de septiembre de finales de los noventa, una luz que en palabras del ampurdanés, le da a Cadaqués un punto de belleza ordinario que la hace distinta de otros lugares. Una luz que no corrige, que no deforma, consecuencia de las pizarras oscuras y del verde gris de los olivares. Cierro los ojos y veo al MediterránCadaquéseo, plateado como una balsa de mercurio, acercarse manso a las casas de la ribera, unas casas de un blanco níveo, con grandes portales y contraventanas pintados de verde o azul intenso (Pla los describe pintados de almagre y sugiere que la combinación de ese color con el verde oscuro del mar daba a las viejas casas un aire de íntima e insobornable personalidad). Elevándose sobre el caserío que se arracimaba entorno a la bahía, el cuerpo prominente, enriscado de la iglesia; más a poniente, entre la carretera de acceso y el núcleo primitivo del pueblo, la riera de Sant Vicenç, que para Pla, asemejaba un abrazo a la ladera más prestigiosa de la villa. Recuerdo con viveza el contraste cromático entre la oscuridad del solado de pizarra de las estrechas calles de la parte vieja con el blanco calcáreo de las viviendas, muchas de ellas rebosantes de flores y plantas. Estampas de una belleza tal que siempre llevo conmigo.

La lectura ha sosegado mi ánimo y el viaje con Pla (mitad por los caminos de la letra impresa mitad por los de la memoria) ha sido, como siempre, placentero e instructivo. Cierro el libro satisfecho y con la certeza de que es posible encontrar buena geografía al margen de los manuales al uso, una certeza cimentada en obras como Cadaqués y en autores como Josep Pla, que hacen de la simple observación de lo que acontece a su alrededor, “nuestra primavera no es el principio del verano, sino la crisis del invierno, un final suave y tibio”, una auténtica lección de geografía.

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