La gijonesa afición a motejar

Es sabido que Gijón es una ciudad abierta, dinámica y, en términos generales, amigable para vecinos y visitantes. Al mismo tiempo, los indígenas somos gente sociable y alegre pero con una inveterada afición a polemizar respecto de las decisiones municipales que atañen a las obras o espacios públicos, aunque el descontento con las iniciativas concejiles rara vez tengan su reflejo en las urnas. La ironía playa, acerada en el trajín con las redes y el salitre, encontró su acomodo renombrando lugares y personajes populares que pasaron a la pequeña historia local más por el apelativo que por su nombre oficial. Así, por ejemplo, la antigua denominación de Canto de la Riba cayó en el olvido al ser motejado el lugar como Cuesta del Cholo, topónimo que no está muy claro si hacía referencia a la voz peruana que significa mestizo, al diminutivo asturiano de Manuel o al mote con el que los rumbosos marineros del barrio viejo martirizaban a algún convecino. Quimbás, La Vexigona, La Camiona, El Zarpas, son algunos ejemplos de apodos del universo playu.

Ejemplo notable del ingenio gijonés fue el modo con el que se esquinó la incómoda rotulación de plaza del Generalísimo, denominación con la que se bautizó, en la posguerra, el espacio resultante del derribo del decimonónico mercado de hierro de Jovellanos. En efecto, tras la intervención de los técnicos municipales José Avelino Díaz y Manuel Marco, el espacio adquirió una morfología regular que lo asemejaba al popular juego de mesa del parchís, apelativo por el que pasó a ser conocido y que sigue muy vivo entre los gijoneses de cierta edad. Otra muestra de la malicia local fue el caso de la hermosa obra escultórica que Ramón Muriedas creó para honrar a las madres de los emigrantes y que fue instalada, en 1970, en la zona de El Rinconín, no sin polémica, tanto por su emplazamiento como por el carácter moderno de la pieza (muy alejado de los cánones figurativistas al uso en el Gijón de la época), que arraigó en el imaginario local con el apelativo de La Lloca.

Al margen de las muestras del grandonismo propio del Gijón más castizo que elevó a la categoría de topónimos tradicionales enraizados en el paisaje urbano local términos como Molinón, Acerona o Escalerona, entre otros muchos, la última incorporación al callejero no oficial de la villa surgido de la acerada ironía de los descendientes de Jovino es El Cascayu. En junio de 2020, la avenida de Rufo García Rendueles fue reconvertida en una suerte de alfombra multicolor de uso peatonal, aprovechando la necesidad de espacios de aireación y solaz popular en un momento en el que la pandemia de Covid 19 recomendaba que el personal deambulase guardando las distancias de seguridad. El precario diseño aplicado tanto al espacio liberado del tráfico rodado, que fue señalado con cuadrados verdes y azules entre rayas rojas, como al carril bici, pintado en verde y delimitado también con una banda roja, estimuló la imaginación de los gijoneses que pronto motejaron la creación como El Cascayu. La tensión entre los partidarios y los detractores del proyecto animó otra sonada polémica, muy al gusto de la muy discutidora e irónica ciudad de Gijón.

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