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El otoño en las calles de Gijón

“creo firmemente que después del hombre, lo más hermoso que creó Dios fue el árbol…”(doctor Avelino González)

En estos días otoñales en los que los primeros fríos susurran la proximidad (al menos meteorológica) del largo invierno y la luz natural invita a la melancolía,  resulta muy reconfortante caminar, a paso tranquilo, por las calles arboladas de la ciudad y sentir su presencia. Los árboles dignifican y dulcifican el aspecto de nuestras calles, y este hecho se pone de relieve especialmente en esta época del año, en la que se están despojando de sus  hojas con el cariño y la dulzura de quien despide a un amigo al que tardará tiempo en volver a ver. Para afrontar este doloroso trance, que tiene algo de acto de desamor, los árboles adquieren unas espectaculares tonalidades, con matices e intensidades distintos, en función de la especie.

Las calles menos transitadas, que en estos primeros días fríos otoñales parecen desiertos deambulatorios de asfalto, se llenan de color y parece que cobrasen vida propia. Hollar las hojas caídas deteniéndose a escuchar su crepitar, contemplar como el nordeste juega caprichoso con ellas, reconforta el espíritu como un buen caldo reconforta el cuerpo destemplado. Para disfrutar de este regalo para los sentidos solo hay que salir a la calle y dejar que los ojos se llenen de luz. Sentarse al calor del tibio sol del mediodía en Los Campinos, dejándose seducir por la coloración rojiza y anaranjada de los liquidámbares de la calle Covadonga y por los tonos amarillentos de los robles americanos que sustituyeron a los viejos y enfermos olmos, es impagable. Como impagable resulta contemplar la perspectiva otoñal del Obelisco, de Rubio Camín, entre la alineación de abedules que pueblan la mediana del tramo superior de la avenida de La Constitución. Quien vea el aspecto que presentan los olmos de bola de la calle Cataluña, que tiñen de amarillo pálido las casas circundantes, no podrá por menos que sorprenderse, como tampoco dejará de admirase el caminante que se detenga ante los abedules que ornamentan Carretera del Obispo, en Contrueces. De este barrio al vecino de Montevil, median alineaciones de tilos de distintas variedades que dan prestancia a sus calles y que se resisten a peder sus últimas y macilentas hojas. La principal de sus vías, la calle Velazquez, es hoy un espectáculo cromático al que se prestan los arces campestres y liquidámbares de la acera de la derecha (en dirección a la carretera Carbonera) y los arces negundos, tilos y liquidámbares en la acera contraria. Otro paisaje otoñal especialmente sugerente es el que nos ofrece la avenida de El Llano, en la que los grandes plátanos de sombra compiten en hermosura con fresnos y tilossemidesnudos y con rojizos cerezos de jardín.

Alineación de tilos anunciando el rigor del otoño. Calle Japón, barrio de Montevil, Gijón.

Al advertir estas realidades paisajísticas que hacen de Gijón una ciudad grata para pasear y para vivir, no se debe obviar el empeño municipal por dotar de arbolado el viario gijonés. Gijón nunca fue una ciudad que cuidase sus árboles, y prueba de ello es que carece plantíos verdaderamente históricos. Dejando al margen los desvelos jovellanistas por poblar de árboles las carreteras de acceso a la villa, las políticas ambientalistas decimonónicas que llevaron los primeros pies (olmos, falsas acacias, tilos y plátanos) a las calles de la población, dieron al traste con la necesidad de modernizar el viario, imponiéndose la razón de quienes veían en los árboles un estorbo contrario a la modernidad urbanística. Los árboles, fuente de salubridad y ornato públicos, se depreciaron en el sentir colectivo y fueron talados sin piedad y prácticamente erradicados del casco urbano y de las principales vías de ingreso a la ciudad. En los años cuarenta del pasado siglo XX hubo algunos intentos repobladores promovidos por hombres sensibles y sensatos como el doctor Avelino González y Julio Paquet, pero sus frutos fueron escasos. En las décadas siguientes, el arbolado de alcorque fue despreciado por innecesario y las alineaciones existentes maltratadas, de modo que a finales de los setenta apenas si había en Gijón una docena de calles dotadas con floresta. Con la llegada de la democracia las cosas cambiaron radicalmente para el arbolado viario, y las autoridades locales acometieron intensas campañas repobladoras que sembraron las calles de los barrios de arces, falsas acacias, olmos de bola y aligustres.

En la década de los noventa, la política ambientalista municipal intensificó los plantíos de alineación y apostó por la introducción de nuevas especies de gran potencial ornamental. Así, si durante los primeros años de esta década se recurrió especies perennifolias (magnolios en las calles más céntricas, encinas para Cimadevilla, aligustres en los viales importantes) que aportaban color durante todo el año, pronto se optó por ampliar el catálogo de especies dando prelación a árboles de hoja caediza, que permitían advertir el sugerente cambio estacional. Es en este momento cuando tilos, carpes, cerezos y arces variados, irrumpen en la trama callejera. En los últimos años las actuaciones en la red arterial se han intensificado potenciando la introducción de nuevas especies como latoneros, abedules, liquidámbares, tuliperos, espinos, caracterizadas por su marcado carácter ornamental. Estas actuaciones son las que nos permiten disfrutar del otoño en nuestras calles. Pero no se descuiden, el invierno traidor está llamando a la puerta, y puede que con el próximo vendaval del oeste los árboles pierdan los últimos jirones de sus ropajes otoñales y entonces habrá que esperar de nuevo al milagro de la primavera para que Gijón recupere el color en sus calles.

Alineación de tilos anunciando el rigor del otoño. Calle Japón, barrio de Montevil, Gijón.

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